El ingeniero biológico (cuento)

José F. Fernández Godoy

 

 Contemplaba la naturaleza su gran obra, la especie humana; estaba orgullosa de ella; había tardado mucho tiempo, millones de años, en su elaboración, pero mereció la pena. Para un proyecto de tal envergadura había recurrido al mejor ingeniero biológico, al más sabio.

No fue fácil elevar hasta la verticalidad a los componentes de esta especie. El mejor ingeniero biológico, el más sabio, tuvo que dar sabias soluciones a los numerosos y complicados problemas que este proceso fue entrañando: rotación de la pelvis noventa grados, cambio de la dirección del foramen magnun* para que el rostro continuara en un plano vertical, cálculo de la fuerza y disposición de los elementos de sujeción encargados de mantener el complicado equilibrio y en el caso de la mujer, desplazamiento de la vulva hacia el vientre para dejar en la entrepierna sólo el periné. Fue salvando todos los obstáculos y, al fin, lo consiguió: el ser humano podía mantenerse y andar en una postura vertical, erguida, con el cuerpo estirado; una postura elegante, majestuosa, con menor gasto energético en la marcha, con la vista en un lugar elevado para explorar mejor el mundo y, sobre todo, con unas extremidades superiores liberadas de misiones locomotoras y dedicadas a otra mucho más noble, constituirse en instrumentos al servicio de la inteligencia; podía el ser humano realizar la copulación de frente, con un mayor contacto corporal entre la pareja y, de esta manera, dicho acto de la copulación, desligado de la exclusiva misión de procrear, se convirtió en vínculo del amor y del gozo compartido.

Junto a la bipedestación fue elaborando la inteligencia. Tuvo aquí el mejor ingeniero biológico, el más sabio, que echar mano de sus mejores recursos, de toda su inmensa sabiduría, para crear algo tan sublime como el pensamiento abstracto, y con él, la representación, la fantasía, el conocimiento, la personalidad, la palabra... Y no encontró mejor sitio para ubicar este gran tesoro que la parte delantera del cerebro, protegida por la coraza dura de la frente.

La inteligencia y sus elementos ejecutores, las manos, permitieron al ser humano emprender la acción creadora (inventar utensilios para la caza, manipular los alimentos, mejorar su bienestar, construir el progreso...) y elevarse a la cúspide del reino animal como dueño, señor y conquistador del mundo.

Contemplaba, orgullosa, la naturaleza la culminación de su obra; había realizado otras muchas de gran belleza pero ninguna como aquella. Estaba la naturaleza extasiada admirando la maravilla de la especie humana, cuando de buenas a primeras descubrió algo inesperado que rompió el encanto de aquella contemplación idílica y ensombreció su semblante, ¿cómo era posible que en esa obra de arte se hubiese colado un trazo tan defectuoso?, ¿cómo era posible que la puesta en escena de esta obra, su aparición en el mundo, estuviera tan llena de dificultades?, ¿que fallos se habían cometido para que precisamente las excelsas virtudes que la adornaban constituyeran el origen de la complejidad del parto humano?: la bipedestación deformando y reduciendo el canal del parto y la inteligencia ampliando la frente y aumentando la resistencia del paso de la cabeza del feto por el canal pélvico.

Alarmada la naturaleza, requirió la presencia del ejecutor de la obra, el mejor ingeniero biológico, el más sabio, para pedirle explicaciones, y le recriminó la creación de esa auténtica chapuza arquitectónica, el canal del parto humano. “¡Dónde se ha visto!”, le increpó, “¡un conducto de paso invadido por un espigón que lo deforma y reduce!” y fue recorriendo todos los elementos responsables de la complejidad del parto humano: el periné, el volumen de la zona craneal,... y el mejor ingeniero biológico, el más sabio, daba toda clase de justificaciones y respondía a la naturaleza “que no se había podido hacer otra cosa, que el logro de la verticalidad obligaba necesariamente a la existencia de la curvatura lumbar y el promontorio, y que el mejor sitio de ubicar la inteligencia era el lóbulo frontal del cerebro, la parte superior y delantera del cuerpo, la más preferente...”

El mejor ingeniero biológico, el más sabio, encontró, al fin, una solución llena de lógica y sabiduría: “si hemos creado al ser inteligente”, le dijo a la naturaleza, “que sea él mismo, con su inteligencia y sus manos, el encargado de resolver el problema de la dificultad del parto humano”.

Se resistía la naturaleza a semejante solución. “No es posible”, le insistía al mejor ingeniero biológico, al más sabio, “el parto es un proceso natural y por tanto debe desarrollarse por sí solo, sin ayuda, igual que en el resto de los animales, el parto debe ser un proceso fisiológico como respirar, deglutir, defecar...” Terminó, finalmente, claudicando la naturaleza y acordaron que en el caso del parto humano, lo natural sería la necesidad de ayuda.

Y sucedió que algunos de los componentes de la especie humana se dedicaron al oficio o arte de partear y fueron creando utensilios para el parto: la silla obstétrica, el fórceps, la espátula, la ventosa... Y muy pronto comenzaron a pensar en quitarse del medio el dificultoso canal del parto y sacar al niño por el vientre. El arte de partear fue dando paso a la obstetricia y el intervencionismo se fue acelerando. Terminó realizándose el parto con la mujer tendida, postura en la que no podía empujar; y al faltar la fuerza de empuje, el tocólogo se veía obligado, frecuentemente, a sacar el niño mediante instrumentación o cesárea y así se fue transformando la expulsión en la extracción.

Al contemplar el mejor ingeniero biológico, el más sabio, los derroteros que iba tomando el parto de la especie humana se alarmó y montó en cólera. “Lo establecido fue que el ser humano con su inteligencia y sus manos resolviera las dificultades del parto, pero no que las aumentara”, le decía, indignado, una y otra vez a la naturaleza y seguía insistiendo que “él había puesto en la propia parturienta unas potentes fuerzas para expulsar al hijo y que éstas potentes fuerzas debían ser utilizadas...”. El mejor ingeniero biológico, el más sabio, no alcanzaba a salir de su asombro...

 

Caía la tarde en la pradera. La hembra, tras el parto, se había incorporado de nuevo a la manada y la cría recién nacida, superados los primeros momentos de apuro, le seguía a todas partes sin la menor dificultad. Así de fácil, así de simple, así de natural, se produce la transmisión de la vida en el reino animal...; bueno..., en todo el reino no, porque en la especie humana las cosas suceden de un modo bien diferente...

 

* Foramen magnun: orificio de entrada de la médula en el cráneo.

 

 

 

 

 

 

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